Las grasas trans siguen cosechando la mala fama que les viene persiguiendo desde hace años. La última mancha en su expediente tiene que ver con la memoria, que disminuiría con el consumo de estas sustancias. A esta novedad se le añaden otros efectos nocivos ya conocidos, como son un mayor riesgo cardiovascular, de cáncer y aumento del colesterol.
Un estudio presentado en las sesiones de la Sociedad Americana del Corazón, realizado a unos 1.000 hombres de 20 años o más a los que se les pasó un cuestionario dietético -los investigadores señalan que hacen falta análisis en mujeres para saber si también les ocurriría a ellas- ha demostrado que aquellos que consumían más grasas trans presentaban mayores problemas para realizar un test de memoria, independientemente de su edad o nivel educativo.
La prueba consistía en memorizar palabras. A los participantes les mostraban una tarjeta en la que había escrita una palabra, y estos tenían que indicar si era una palabra nueva u otra repetida de una tarjeta anterior. El resultado fue que quienes consumían mayor cantidad de grasas trans recordaban unas 11 palabras menos, frente a la media de palabras recordadas correctamente, que era de 86. Esto supone que por cada gramo adicional de grasas trans consumido se fallaban aproximadamente 0.76 palabras.
“La industria sabe que a los que nos dedicamos a la nutrición no nos gustan estas grasas”, explica a este periódico Jordi Salas, Catedrático de Nutrición en la Universidad Rovira Virgili de Tarragona, aunque añade que ya no están tan presentes en como antes: “Precisamente porque las marcas son conscientes de esto, han hecho un esfuerzo en los últimos años para reducirlas”, aunque añade que aún hay productos que siguen teniendo bastantes, como la panificación industrial.
Pero, ¿qué son las grasas trans? Son grasas producidas artificialmente para convertir los aceites líquidos en sólidos, con lo que se consigue que este aceite se convierta en grasa. Se encuentran especialmente en muchas comidas rápidas, en bocadillos, en salsas y cremas, en algunas pastas refrigeradas, en las papas fritas, en las pizzas congeladas o en la ya mencionada panificación industrial.
Aunque hay ocasiones en las que las consumimos de forma natural, como las que están presentes en la leche o la carne de vaca, en pequeñas cantidades no suponen un problema. El problema es cuando se abusa de ellas, porque lo que hacen es “aumentar el perfil lipídico -el colesterol y otras grasas- y afectar a los procesos de inflamación y oxidación del organismo, que son importantísimos e influyen en el desarrollo de procesos patológicos como el cáncer”, explica Salas.
Con tales efectos, cabe preguntarse por qué las grasas trans siguen en las estanterías de nuestros supermercados, nuestros bares o nuestras casas. Una de las razones es porque extienden la vida útil de los alimentos, pero Salas añade otra: el dinero. “El sentido de que existan las grasas trans es que la mantequilla es cara, mientras que una grasa obtenida por vegetales -como son las trans- cuesta menos. Al final son una forma de abaratar el producto“, cuenta el catedrático.
Fuente: Saludadiario.com